Votás, pero no elegís… la disyuntiva electoral

Cada vez más se oyen reclamos sociales sobre jueces, fiscales, policía y otras instituciones con la argumentación: que los elija la gente, el pueblo. Me cae la ficha que a políticas y políticos no los elije la gente ni el pueblo, en realidad, los vota. También existen voces que alertan: ¡2022 y aún hay reyes, reinas y príncipes! cuestión muy cierta pero que cuando indagamos más, encontramos personalismos similares, y que la gente casi idolatra. Aquí, una perspectiva de éste planteo.

Bajo la sombra de un ciprés en la plaza de Lomas de Zamora, un veterano dirigente del peronismo me miró fíjamente y largó: la gente vota no elije, los dirigentes elijen a las personas que ustedes votan. Mostraba el engaño, real de una cuasi participación muy cuestionada pero cada día más arraigada que es la elección de candidatos a dedo, el «dedismo», aunque también está la «billetera». Hasta que el «jefe» o la «jefa» no diga quiénes son los candidatos no sabemos nada, aseguran dirigentes sobre las listas en momentos pre electorales.

No se habla, por dar un ejemplo, de un sistema electoral como el suizo: Los candidatos en las listas de partido, son organizados por los votantes y no por los partidos. El partido sólo somete una lista de nombres, usualmente en orden alfabético. El número de nombres no puede ser mayor que el número de escaños a llenar de cada distrito. A ésto, le agregaría listas de votantes por circuito electoral cada dos años, propuestos por juntas electorales vecinales, también electas de la misma manera.

Los electores de las juntas deben tener participación en las cuestiones de cada barrio o circuito, y serán los que propongan candidatos a la lista que deseen.

Obviamente un sistema tal, lleva años de cambios programáticos y culturales que rompe con la hegemonía político partidaria del dedismo y candidatos votados, en lugar de elegidos. Asimismo, se supone que los elegidos por las juntas populares conocen el desarrollo local y las necesidades.

Luego de éste desarrollo, los electos durarán durante cuatro años en sus cargos, y tendrán asesoramiento de los integrantes de cada junta, para que cumpla con las promesas. En caso de no darse ése cumplimiento el funcionario electo puede ser desplazado por voto popular.


Hoy día aparecen candidatos esponsoreados por dirigentes conocidos, aunque a éstos candidatos nadie los conozca, se instalan con publicidad y son puestos en listas a dedo, a cambio de algún favor político, porque es rubio de ojos celestes, o porque baila. Lo cierto es que a los vecinos, vecinas que conocen los territorios, realizan tareas sociales, ayudan a cohesionar actividades de los gobiernos, los dejan afuera del espacio de poder, porque a los cargos «llegan los elegidos», a dedo. Todo ésto harto conocido en la política vernácula argentina, y los resultados son ésos, políticos desentendidos de sus deberes, sus promesas, y ávidos por hacer brotar dinero en sus cuentas bancarias.


Al problema suscitado se le interpone una de las tantas posibles soluciones que pueden existir para el sistema electoral de voto, que se genere a partir de la elección popular y no partidaria.

Personalismos ¿Mal de éstos tiempos o comodidad del resto?

A la cuestión de la «billetera«, estado en el que el/la que quiere ingresar en un determinado lugar en las listas electorales debe poner cuantiosa cantidad de dinero, es muy conocida y abundan ejemplos. A muchos de éstos billeteros, la idea de garantizar «inmunidad» y a la vez impunidad por negocios o cualquier estado delictivo, es lo que los mueve, más allá de posibles egos políticos.

No hablo de personalismos a la manera filosófica Kantiana para diferenciarlo de un objeto o cosa, sino de la forma en que una persona puede lograr o se le es entregado el poder de decisión de millones, por el sólo hecho de haber sido elegido o haber tomado ése poder.

Asimismo, luego ésa personalismo dice cómo, cuándo y quiénes políticamente están capacitados para acceder a un espacio o lugar en listas preelectorales. También se extiende a la lucha pública contra la corrupción y las desigualdades cuando una persona se hace cargo de decir lo que miles no se animan, y ponen todos sus deseos en otro para que los cumpla. En definitiva, son cómodos, cobardes o ovejas?

Hoy vemos, de manera patriarcal y un mandato cultural, cómo se cuelan estructuras discursivas con sentidos de personalismos. «La que tiene todos los votos», «el que manda en éste espacio», «el que decide», «la que dice lo que hay hacer», son argumentos comunes en ésta salvaje realidad que mantiene cautivo a millones de votantes. No existen muchas diferencias entre el poder de alguien idolatrado, con el poder de un rey, reina o princesa, más allá de los blasones.

Lo que existe es una manada dispuesta a darlo todo por alguien que es como uno, sólo que lo endiosamos. Así las disputas se desarrollan por las personas y no por la ideas, no se votan propuestas, perfeccionamientos sociales y culturales, sino personalismos que cargan, cual dioses, las culpas de los que no se quieren hacer cargo. Algo filosófico y también, científico, porque es demostrado a través del tiempo en diferentes ocasiones.

Saber que idolatrar, endiosar, personalizar en alguien, uno todo el poder, es más peligroso que tomar veneno. Porque en el primero dejamos que otro decida todo por nosotros. Aunque nos manden ambas formas al matadero.

Vemos que el Estado paternalista es el que más convence a cierto sector argentino, mientras que el Estado liberal con sus fuerzas económicas liberadas y la represión a flor de piel, es el de otra gran parte social. Ambas facciones sostienen todo el sistema que estamos analizando, y sacan, sin duda alguna, enormes tajadas económicas, réditos políticos y sociales.

Lo de hacer un país grande, soberano, económicamente independiente y justo, queda sólo para los bolsillos y diccionarios de ésta pequeña casta, como la judicial que domina cual Apartheid siendo el 10 por ciento del país que somete a un 90.

Ahora, ¿Es necesario personalizar, endiosar en una persona la suma de todo el poder público y político? Sólo una reforma sustancial puede lograr en consensos mayoritarios, transformaciones que derribe ésos muros anti pueblo y no democráticos. Visto está, el poder jamás descansa en la búsqueda de herramientas que los perpetúen así hayan millones en la miseria.

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